Si alguien quisiera convencer a un carnívoro de que deje la carne (o al menos reduzca su consumo), podría echar mano a múltiples estrategias. Podría, por ejemplo, recomendarle la lectura de The China Study, el mayor estudio nutricional jamás realizado, que demuestra con evidencias irrefutables los perjuicios de la dieta occidental estándar en la salud. O la de otro reciente best-seller, Comer animales, donde el escritor Jonathan Safran Foer narra su propia transición al veganismo en medio de cuestionamientos morales y socioculturales, denunciando los devastadores efectos de la ganadería sobre el medio ambiente. Podría, también, compartirle alguno de los tantos videos que documentan con crudeza el maltrato al que son sometidas las vacas y gallinas en mataderos y granjas; o que —como esta viralizada charla del activista por los derechos de los animales Gary Yourofsky— desnudan las atrocidades y falacias del especismo: la discriminación de una especie hacia otras.
Podría, si no, apelar a argumentos científicos acerca de la naturaleza herbívora del ser humano por sus características anatómicas; o bien a explicaciones de orden espiritual, inspiradas en los preceptos de creencias milenarias para las cuales ingerir carne equivale a llenarnos de energía muerta. Podría bombardearlo con estadísticas y testimonios; saturar su casilla de email con artículos de Peter Singer, el gurú de la bioética; citar a Einstein, Da Vinci y otros vegetarianos célebres; refutar cada uno de los mitos en torno al carácter imprescindible de las proteínas de origen animal para nuestro organismo. Podría hablarle de compasión, de respeto, de conciencia; de las perversiones y trampas de la industria alimenticia, de los engaños de la publicidad. Podría convidarle leche de almendras, hamburguesas de lentejas y bifecitos de seitán.
Podría probar con cualquiera de estos recursos. Pero seguramente ninguno de ellos resultaría tan contundente, simple y efectivo como mostrarle este video de dos minutos y medio, que se transformó en el último hit viral de Internet:
La grabación casera acumula más de tres millones de reproducciones en sus diferentes versiones. Su protagonista es Luiz Antonio, un niño brasileño que se niega a comer pulpo. Con una mezcla de inocencia, frescura, sentido común y sabiduría innata, el pequeño acorrala a la madre con preguntas incomodas (“¿Este pulpo no es real, no? ¿Dónde está su cabeza? Entonces, cuando comemos animales, ¿ellos mueren?”) y pronuncia, sin saberlo, uno de los alegatos más conmovedores en contra de la explotación de otros seres sintientes por parte del hombre.
“A los animales debemos cuidarlos, no comerlos”, razona Luiz. Su mamá, entre lágrimas, le da la razón.