Si leíste Malcomidos, el libro de Soledad Barruti —o si te enteraste de su investigación a través de notas como esta que publicamos en JOY—, ya lo sabés: el salmón no es la maravilla natural, nutritiva e inocua que nos hicieron creer.
No al menos el salmón de criadero, y sobre todo el que llega de Chile (es decir, casi el 100% del que se consume en nuestro país), donde a las desventajas propias de cualquier pescado de factoría respecto de su versión salvaje se suman los estragos provocados por de una industria con estándares y regulaciones menos estrictos que los que rigen en el mundo desarrollado.
Ahora, acaba de revelarse otro efecto colateral del descontrol que caracteriza a la salmonicultura en aguas trasandinas.
Como consecuencia de una bacteria que viene provocando allí pérdidas millonarias y ya mató a miles de ejemplares (enfermedad cuya proliferación se vinculó al hacinamiento extremo de los animales en las jaulas), las empresas del rubro han intensificado el uso de antibióticos hasta llegar a niveles 5 mil veces mayores que los de Noruega, referente de la actividad a nivel global.
Más info en esta nota de la revista chilena Pulso.